Strategy and Power in Russia, 1600-1914. Por William C. Fuller, Jr. (Reseña)

– Strategy and Power in Russia, 1600-1914. Por William C. Fuller, Jr., Nueva York: The Free Press (1992). Notas al final del libro. Pp. xx, 556.

Hoy retornamos con la reseña de este excelente trabajo de William C. Fuller, Jr. que, de acuerdo a la información que previamente tenía de este libro, resultaba de lectura casi obligada una vez finalizado el Operation Barbarossa de David Stahel. Ello se debe a que el libro está informalmente dividido en dos bloques de cinco capítulos cada uno, estando el primero dedicado a narrar las campañas de los zares durante el periodo comprendido entre el siglo XVII y la finalización de la Guerra de Crimea (1853-1856), mientras el segundo bloque está dedicado a analizar la grand strategy rusa hasta el estallido de la Primera Guerra Mundial en verano de 1914, caracterizada por algunos elementos de continuidad frecuentemente ocultos tras los bandazos, en ocasiones de cariz aventurero, de la política rusa durante este periodo.

Desde el punto de vista metodológico ambos bloques difieren de forma notoria. Mientras el primero se basa en bibliografía secundaria y fuentes primarias publicadas, ya sean memorias o colecciones documentales editadas, en cambio el segundo bloque se fundamenta en un exhaustivo trabajo de vaciado de los fondos documentales zaristas custodiados por los archivos de la hoy extinta Unión Soviética que el autor llevó a cabo para su tesis doctoral, titulada «Civil-military conflict in imperial Russia 1881-1914», presentada en 1980 y publicada por la Princeton University Press el 1985.

Para el lector casual, el primer bloque quizás sea el que resulte de mayor interés, pues el autor lo enfoca con la finalidad declarada de poner en evidencia los mitos que han existido respecto a la política exterior zarista y, por extensión, en cierta medida con la del periodo soviético que, frecuentemente, durante la Guerra Fría se caracterizó como alocadamente e irracionalmente agresiva, apelando a los tópicos de la rusofobia existentes entre la prensa anglosajona del siglo XIX. Como el autor subraya, el expansionismo ruso conoció dos fases, una primera fase nada exitosa durante la mayor parte del siglo XVII y otra de vertiginosa expansión que tocaría techo en el Congreso de Viena de 1815, donde se confirmaría su anexión de Polonia y se afianzaría sus dominios recién adquiridos en la costa del Mar Negro y en Crimea.  En cambio, en contraste a la propaganda de sello anglofrancés alumbrada durante la Guerra de Crimea, el reinado de Nicolás I (1825-1855) se caracterizó por una grand strategy que priorizaba en conservar los dominios adquiridos por su predecesores además de preservar el status quo en Europa, cosa que representaba defender los intereses del llamado Antiguo Régimen contra los movimientos revolucionarios liberales de la época y pasando por preferir mantener relaciones amistosas con Prusia y Austria, decisión que se demostraría catastróficamente errónea duante la Guerra de Crimea, pues sus supuestos aliados centroeuropeos no ofrecerían apoyo alguno contra Gran Bretaña y Francia e, incluso en el caso de Austria, se mostrarían abiertamente hostiles contra Rusia.

En este sentido, el autor entiende que la política de Rusia fue fruto de la compleja interrelación entre intereses de la política interior y de intereses de carácter geoestratégico, dejando en segundo plano o, en ocasiones, incluso rechazando las interpretaciones tradicionales que inciden en que la grand strategy rusa es fruto de una strategic culture o un «carácter nacional» con sello ruso. Como ejemplo de sus críticas, baste citar un fragmento significativo que hace referencia al hecho que durante el siglo XVIII, una buena parte de los altos funcionarios y generales al servicio de los zares de origen no-ruso (p. 132):

The «Russian soul» (if it exists) surely cannot be acquired through the consumption of vodka, shchi [una sopa de col tradicional], or kvas [una bebida fermentada tradicional de bajo gradiente alcohólico].

Por otra parte, el autor cuestiona otros mitos alimentados desde la historiografía rusa y soviética, especialmente en lo que se refiere a la campaña de Napoleón Bonaparte de 1812 en Rusia, frecuentemente caracterizada como una guerra patriótica que aglutinó a todo el pueblo ruso contra el invasor occidental. No es nada casual que una de las más importantes obras del historiador soviético Yevgeny V. Tarle (1874-1955) sobre esta cuestión, publicada originalmente en la URSS el 1938, se tradujese al inglés el 1942. En esta línea, resulta muy ilustrativo el análisis que dedica el autor a las dos invasiones de suelo ruso que entran en el marco cronológico fijado por el autor, la de 1708-1709 por Carlos XII de Suecia y la de 1812 por Napoleón antes citada. Como el autor reconoce, los paralelismos con la invasión nazi de 1941 son inevitables y los ecos de las fatales decisiones estratégicas de ambos monarcas se hacen oír en las decisiones de Adolf Hitler y del generalato de la Wehrmacht antes y después del inicio fatídico de la Operación «Barbarroja».

En cuanto al segundo bloque, su estudio del policy-making ruso entre 1857 y 1914 se ha convertido en una referencia obligada en cualquier trabajo de envergadura dedicado a los orígenes de la Gran Guerra de 1914-1918, hecho que puede comprobarse al consultar los anexos bibliográficos de los trabajos de Hew Strachan y William Mulligan dedicados a esta cuestión. En este sentido, su reconstrucción del proceso de toma de decisiones de la política exterior diferencia entre diversos teatros, siendo notoriamente prudente en los Balcanes, especialmente tras la Guerra Ruso-turca de 1877-1878; en cambio, en el Cáucaso y Asia Central la expansión rusa contra las tribus montañesas y los diversos khanatos respondió más a la iniciativa de los comandantes locales antes que a las directrices de Moscú, poco proclives a crear un casus belli con Gran Bretaña por Afganistán; y, en agudo contraste, la aventurera política agresiva impulsada por Nicolás II, e impulsada por su primo el kaiser Guillermo II, en el Lejano Oriente y que llevaría a su colisión contra Japón en Manchuria y al desastroso varapalo que representó la Guerra Ruso-japonesa de 1904-1905. Cosa que, finalmente, conduciría a la agresiva política rusa en los Balcanes, fruto tanto de su interés por mantener su alianza con Francia contra Alemania del 1891 como por su desesperado afán por lograr apuntarse un tanto diplomático de envergadura en los Balcanes, donde la diplomacia rusa resultó humillada a raíz de la ocupación austro-húngara de Bosnia-Herzegovina acaecida el 1908 y aunque ello representase dar cobertura a las ambiciones de los ultranacionalistas serbios que, en junio de 1914, orquestarían el atentado de Sarajevo contra el heredero austro-húngaro; política que, según determinados documentos británicos estudiados hace pocos años, era alentada su vez por el Gobierno británico, ahora su aliada dentro de la llamada Entente Cordiale desde 1907, para así alejar las ambiciones rusas tanto de Asia Central como del Lejano Oriente.

En definitiva, la obra de William Fuller resulta de lo más exhaustiva, sin dejar ningún hueco relevante, al menos a la luz de los documentos de archivo rusos, además de mostrar una lucidez y un rigor metodológico ejemplares.

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