Esperando a los árabes. Los visigodos en Hispania. Por Javier Arce (Reseña)

– Esperando a los árabes. Los visigodos en Hispania. Por Javier Arce Martínez, Madrid: Marcial Pons, Historia (2011). Notas al pie de página. Bibliografía. Pp. 341.

Hoy retornamos con una nueva reseña, en esta ocasión dedicada a esta notable obra de Javier Arce, actualmente profesor de investigación del Consejo Superior de Investigaciones Científicas y de Arqueología Romana en la Universitè Charles de Gaulle- Lille 3. Este era un libro que esperaba poder leer desde su publicación hace pocos años, resultando su lectura de lo más satisfactoria.

La obra, que versa sobre la historia de los visigodos desde su derrota en Vouillé (509) hasta el colapso de su regnum en Hispania tras la batalla de Guadalete (711), no trata de ser una síntesis más sobre la cuestión, como sí lo fue Los godos en España de E.A. Thompson, si no que trata de plantear una revisión histórica sobre una amplia gama de cuestiones que han suscitado debate entre la historiografía dedicada a esta cuestión. En este sentido, el autor dedica su atención a dar interpretaciones más o menos alternativas a los testimonios, fundamentalmente de carácter literario, cronístico o hagiográfico y que han sido tradicionalmente objeto de estudio. Para ello, el libro está dividido en doce capítulos que tocan, esencialmente, cuestiones de superestructura como pueden ser los Concilios, los obispos, la monarquía visigoda o el Ejército. Respecto a la sociedad y a la economía, la atención es mucho menor, en parte porque las fuentes disponibles dan muy poco pie para ello, pero también debido a que, como denuncia el autor, tradicionalmente la historiografía española ha dedicado muy poca atención a cuestiones tan esenciales como la alimentación, limitándose a glosar sobre lo poco que aparece en las Etimologías de Isidoro de Sevilla pero, en cambio, no procediendo a realizar estudios carpológicos y zooarqueológicos de carácter sistemático (p. 173).

Cada capítulo es de carácter temático y, en la práctica, puede consultarse casi de forma independiente. En ocasiones, se trata de adaptaciones de textos de sus conferencias, como puedo dar fe respecto a los capítulos IX y XII, dedicados a Recópolis y el 711 respectivamente, pues en 2008 el profesor Arce impartió dos conferencias sobre estas mismas cuestiones en la Universitat de Barcelona, teniendo un servidor el gusto de haber asistido a ambas como entonces alumno. Si bien el autor ha realizado un excelente trabajo de revisión para evitar discordancias en su discurso, al menos en una ocasión puede detectarse una contradicción de carácter menor. Al referirse a la mención de Baddo, reina consorte junto al rey Recaredo en el III Concilio de Toledo (589 d.C.), el autor teoriza primero sobre si tal hecho se debería a que tuvo un papel relevante en la conversión de su marido al catolicismo (ver pp. 80-81); pero más tarde el autor sugiere que dicha referencia podría ser una reminescencia de la posición de honor y asociación al emperador de las emperatrices romanas (p. 258).

Esta continuidad respecto a la tradición tardorromana del Bajo Imperio es una de las tesis centrales de la obra, reflejándose en multitud de cuestiones que abarcan desde el ceremonial de coronación de los reyes hasta el Derecho, pasando por toda la pompa de la que hacían gala las autoridades obispales o la educación de las élites. Este hecho resulta del todo lógico, pues la élite visigoda seguramente fue la más aculturizada de todos los pueblos germánicos que se establecieron en el Imperio Romano de Occidente. Baste recordar que de este período histórico no se ha conservado ni un sólo testimonio escrito o mención de la lengua goda primigenia.

La otra tesis central del profesor Arce se centra, precisamente, en como los sucesivos reyes visigodos desde Recaredo gobernaron mano a mano con los obispos sobre el regnum hispano mediante los Concilios, pues la Iglesia ya representaba entonces la única institución con suficiente fuerza para hacer cumplir la legislación dictada desde Toledo. La estrecha relación entre el poder real y la institución eclesiástica hacen constatar al autor de la existencia de un regnum eclesiástico (p. 237) y que, a inicios del siglo VIII d.C., estaría muy lejos de estar en decadencia.

Según el autor, de acuerdo a los estándares altomedievales, el regnum visigodo gozaba de un prestigio y poder incontestables a raíz de las riquezas acumuladas en su thesaurus, tal y como reflejarían los posteriores cronistas musulmanes al describir el botín obtenido por Tariq ibn Ziyad y Musa b. Nusayr en sus conquistas del 711- 712. Por otra parte, la evidencia de las pinturas conservadas en el palacio emiral de Qusayr ‘Amra en la actual Jordania, donde el rey «Roderikos» (Rodrigo) aparece, en el llamado mural «de los seis reyes», en pie de igualdad junto al emperador bizantino, el último rey sasánida y el Negus de Abisinia. Su presencia en dicho mural en actitud de sumisión ante el poder omeya, inevitablemente, conduce a preguntarse si, al ser tan poderoso el regnum visigodo, ¿cómo entonces pudo derrumbarse tan súbitamente tras la derrota de Guadalete? Tradicionalmente, se ha sostenido que ello era fruto de disensiones internas, debilidad de la monarquía visigoda o fruto de la corrupción moral en la que vivía Rodrigo. Javier Arce, en cambio, opta por subrayar el hecho de que el último obispo metropolitano de Toledo, Sinderedo, huyó a Roma el 712; ello, junto a la muerte o desaparición del rey, dejó el regnum totalmente descabezado, colapsando así toda la estructura de poder para disolverse a continuación de modo irremediable.

Por último, debe observarse que el libro está claramente destinado a un lector avanzado aunque no necesariamente especializado en este período histórico. La mayoría de citas latinas vienen acompañadas de su traducción al castellano pero, en cambio, no es así en las citas a trabajos modernos en inglés. Por otra parte, la obra está plagada de puyas contra otros posicionamientos historiográficos, algunas increíblemente ingeniosas pero que quizás puedan abrumar a un lector poco avenido a cuestiones de esta índole. En esta línea, el autor dedica auténticas perlas que no estarían reservadas a autores modernos si no, por ejemplo, a personajes históricos como Teudiselo, sucesor del rey visigodo Teudis el 548 d.C. quien, de acuerdo al relato en la Historia Gothorum de Isidoro, el autor describe así (p. 79):

dice Isidoro que era muy aficionado a las esposas de sus magnates y que por ello ordenó asesinar a muchos de ellos. Como era de esperar le cortaron el cuello en el curso de una fiesta en Híspalis [Sevilla].

En definitiva, resulta del máximo interés para cualquiera interesado en profundizar en la historia de los visigodos en la Península Ibérica.