Abilio Barbero y Marcelo Vigil. (Ensayo). Parte I: Esto es España

Una vez presentado el objeto de este ensayo, procederemos a exponer la carrera académica de Abilio Barbero y Marcelo Vigil. Empezando por este último, su cursus honorum académico-funcionarial fue de lo más plácido. Siendo discípulo de Antonio García y Bellido (1903-1972), eminente arqueólogo e historiador del arte y que fue también maestro de destacados historiadores españoles como José María Blázquez y Javier Arce, Marcelo Vigil cursó la carrera de Filología Clásica en la entonces conocida como Universidad Central – la actual Universidad Complutense- y se doctoró en 1960.

En cambio, la carrera de Abilio Barbero resultó más tortuosa. Leyó su tesis doctoral en 1968 pero sólo pudo acceder a una plaza de profesor adjunto en 1973 recurriendo por vía administrativa, tras ser excluido inicialmente y haber encadenado contratos, siempre pendiente del albur de las autoridades académicas durante los últimos años de la dictadura franquista. Esta situación devenía, según Javier Faci, por sus notorias simpatías izquierdistas (FACI, 2012: xi) y que compartía también con su amigo Marcelo Vigil. Quizás alguien pensará que esta es una afirmación carente de base pero, en este caso, debe tenerse en cuenta que fue durante la década de 1970 cuando tuvo lugar un enorme crecimiento en el número de estudiantes universitarios, conduciendo a un aumento casi exponencial del número de plazas docentes y a que se contratase con toda facilidad a cualquier aspirante al margen de la calidad de sus méritos académicos (ver BARCELÓ, 2003: 15). Y que, en dichas circunstancias, a Abilio Barbero se le denegase inicialmente la plaza a la que aspiraba sólo puede suscitar las mayores sospechas. Finalmente, no sería hasta 1983 que obtendría su plaza de catedrático. Desgraciadamente, la carrera de ambos no se prolongaría a raíz de sus prematuras muertes por enfermedad: en el caso de A. Barbero esta acaeció en 1990 y la de M. Vigil en 1986.

A este respecto, resulta comprensible que ambos historiadores desarrollasen una percepción hipercrítica contra las instituciones académicas españolas. Véase, por ejemplo, su demoledora diatriba que volcaron en La formación del feudalismo en la Península Ibérica (ver BARBERO y VIGIL, 1979: 16-17) y que, años más tarde, el arqueólogo e historiador Miquel Barceló Perelló repetiría en la misma línea (ver BARCELÓ, 2003: 15-16). En 1978, la diatriba de Abilio Barbero y Marcelo Vigil finalizaba así:

El objetivo de esta acumulación inútil de materia impresa ha solido ser el de conseguir méritos para hacer una rápida carrera académica estimada habitualmente por una obra medida al peso, sin tener en cuenta su valor científico.

Posteriormente en la misma obra, los autores hacen otra ácida crítica contra la historiografía española dedicada al estudio de la documentación altomedieval, tachando sus resultados como meras transcripciones paleográficas más o menos afortunadas con repeticiones literales de lo que dicen los documentos (BARBERO y VIGIL, 1979: 349), denunciando  el escaso esfuerzo interpretativo observable en dichos trabajos (ver BARBERO y VIGIL, 1979: 348-349). En esta línea, Miquel Barceló señalaría, durante su discurso de apertura de un coloquio celebrado en Barcelona en febrero de 2002, al caso del medievalista Antonio Ubieto Arteta (1923-1990), a quién describió como uno de esos acadèmics tècnicament menys que mediocres i, en canvi, d’opulentes conviccions nacionalistes espanyoles (BARCELÓ, 2003: 14).

Pues, en definitiva, la gran aportación de los trabajos de A. Barbero y M. Vigil fue insertar el estudio del período altomedieval español – o Antigüedad Tardía, como otros historiadores prefieren- comprendido entre los siglos V y X d.C. fuera del estrecho marco historiográfico sobre el debate de los orígenes de la nación española, cuyo paradigma se halla en la célebre disputa entre Claudio Sánchez Albornoz (1893-1984) y Américo Castro (1885-1972) donde el primero sostuvo, en concordancia con las tesis de Ramón Menéndez Pidal (1869-1968), que la identidad española ya existía en tiempos del regnum Gothorum de Toledo y que se labró durante los casi ocho siglos de Reconquista. Américo Castro, por su parte, identificaba la nación española con el catolicismo y que, por lo tanto, esta sólo existiría tras el fin de la Reconquista con la toma de Granada y la expulsión de los judíos en 1492.

Como bien observaron en su momento Abilio Barbero y Marcelo Vigil, ambas caracterizaciones sólo se corresponden a categorías político-ideológicas de naturaleza esencialista y ahistórica (BARBERO y VIGIL, 1979: 17-19), apelando al típico modelo de generación de una identidad propia a partir de la oposición al «Otro», modelo teórico muy bien sintetizado años más tarde en el imprescindible Cultura e imperialismo de Edward Said. En este sentido, ambos historiadores se mostraban en su libro sensibles a las tesis al respecto de Jaume Vicens Vives (1910-1960), alejándose así del paradigma ideológico nacionalista que entonces teñía la Academia española y que, aún hoy, campa a sus anchas incluso en las instituciones académicas más inesperadas y haciendo sentir su impacto en la docencia de muchas universidades españolas. Pues, si bien en la rápida expansión de plazas docentes que tuvo lugar durante la década de 1970 que antes hacíamos referencia entraron buen número de personajes identificados generalmente con la izquierda, las autoridades herederas de la Dictadura se cuidaron en evitar la entrada en masa de candidatos que pudiesen, por una parte, amenazar el status quo y, por otra parte, pudiesen cuestionar en su esencia el discurso político-ideológico del nacionalismo español, tal y como hace algunos años denunció en público Miquel Barceló (BARCELÓ, 2003: 15-16).

Representación del último rey visogodo Rodrigo (o «Roderikos»), tercera figura por la izquierda. Pintura de los seis reyes, palacio emiral de Qusayr ‘Amra (Jordania), Reproducción de Alois Musil. Kusejr ‘Amra und Schlösser östlich von Moab. Vol. 2, pl. XXVI. Vienna (1907). (Fuente: The Metropolitan Museum)

Concretamente, la historiografía española tradicional sostenía este discurso a partir del testimonio de las llamadas Crónicas Asturianas, conjunto de obras de finales del siglo IX d.C. que incluye la llamada Crónica Albeldense y las ediciones Rotense y Ovetense – o «de Sebastián»- de la Crónica de Alfonso III (discusiones sobre su composición y tradiciones manuscritas en BARBERO y VIGIL, 1979: 233 y 249-258; GIL, 1985; y COLLINS, 1986: 282), monarca del reino astur entre los años 866 y 910. Dichas crónicas, con mayor o menor intensidad, se insertan dentro de la tradición del denominado neogoticismo donde los reyes se proclamaban continuadores de la monarquía visigoda, pues reclamaban que su legitimidad dinástica se origionaba en su casi mítico ascendente Pelayo, quién formaría parte del linaje real visigodo, ya fuese directamente con Rodrigo (710-711) o con su antecesor Witiza (698-710) (ver BARBERO y VIGIL, 1979: 296-298; y GIL, 1985: 65-66). Pero A. Barbero y M. Vigil apreciaron que la famosa interpolación en la Crónica Albeldense del fragmento del Ordo gentis gotorum (Chr. Alb., XIV), donde se enumera a los sucesivos reyes visigodos en Hispania y que le sucede el Ordo Gotorum Obetensium regnum (Chr. Alb., XV) donde se detalla la lista de los reyes astures hasta Alfonso III, habría sido manipulado por la mano del compilador, pues al compararse su testimonio con otra edición del mismo texto del Ordo gentis gotorum copiado en el sur del reino franco durante el reinado de Carlomagno (766-814), se aprecia que en la edición asturiana se eliminó un significativo fragmento que seguía tras narrar el reinado de Rodrigo y que detallamos a continuación (citado en BARBERO y VIGIL, 1979: 241): Reges Gothorum defecerunt. Sunt sub uno anni CCCXIV, traduciéndose así: Terminaron los reyes godos. En total sus años son 314.

Ni que decir que semejante evidencia sitúa todo el discurso neogoticista y de la continuidad del regnum Gothorum como una mera categoría ahistórica y propagandística. Por otra parte, resulta del todo inverosímil que Asturias, concepto geográfico que en el siglo VIII d.C. incluía partes de las actuales comunidades autónomas de Asturias y Cantabria (ver BARBERO y VIGIL, 1971 [2012]: 97-99; y  IBÍD., 1979: 279-285), fuese tierra de acogida de la aristocracia visigoda que huía de los conquistadores árabes y berberes pues, como Roger Collins ha destacado, dicha región había sido tradicionalmente hostil y fuente de periódica conflictividad contra los gobernantes del regnum Gothorum en Toledo (COLLINS, 1986: 282-283); por otra parte, está ampliamente documentado que las élites toledanas se establecieron en lugares bien diversos del Occidente medieval europeo (GIL, 1985: 67-68) o permanecieron bajo dominio omeya, tal y como el muy posterior episodio de los «mártires de Córdoba» evidenció (ver GIL, 1985: 68-70; y COLLINS, 1986: 266-272 y 274-275).

Estas son, sin duda, de las mayores de las aportaciones de los autores de La formación del feudalismo en la Península Ibérica, pues representaba insertar el debate académico dentro de un marco científico y no meramente ideológico. Desgraciadamente, en España éste ha dado raíces con una distribución geográfica desigual. Si bien los estudios localizados en el área de la cornisa cantábrica han representado, especialmente gracias a la arqueología, la aportación de evidencia novedosa y que ampliaremos en el siguiente capítulo que publicaremos de este ensayo, en otras áreas como en Cataluña el estudio al período histórico en cuestión – s. V-X d.C- el debate historiográfico se ha circunscrito al estudio de la evidencia escrita, relegándose a la arqueología a la irrelevancia en lo que a aportación de nueva evidencia histórica se refiere (véase la denuncia al respecto en BARCELÓ, 2003: 14; ver también RIU-BARRERA, 2003: 127-131). Este fenómeno, en parte también fruto de las circunstancias sociopolíticas en la Universidad española durante la década de 1970, deviene de la ausencia en la práctica de un debate historiográfico serio dentro del medievalismo español, primándose, por encima de la adquisición y el progreso del conocimiento científico, el miedo a que toda crítica pueda encender una conflictividad que cuestione la estabilidad y continuidad de la institución académico-funcionarial, actualmente compartimentada en grupos de investigación que, a veces, no se sabe muy bien a qué dedican su tiempo y recursos.

Un caso concreto lo encontramos, precisamente, en la denuncia que recogíamos al reseñar Esperando a los árabes de Javier Arce, quién cuestiona que en España la historiografía apenas ha prestado atención al estudio de la alimentación durante este período y, cuando se ha hecho, apenas se ha hecho una lectura más o menos afortunada de testimonios literarios en vez de proceder a hacer estudios carpológicos y zooarqueológicos sistemáticos (ARCE, 2011: 173). O, en el caso catalán, apenas se ha publicado algún trabajo dedicado a estudios del paisaje arqueológico (como BOLÒS, 2003), muy fecundos en otros países europeos como Francia, Gran Bretaña y Alemania a partir del análisis del polen depositado, cuya datación e identificación de las especies permite rastrear la transformación del paisaje en un área determinado, por ejemplo pudiendo identificar si esta era cultivada o no o qué tipos de cultivos se realizaban. Posibilidades todas estas que, a la luz de las políticas vigentes en la investigación universitaria tanto a lo que a financiación como en promoción de carreras investigadoras se refiere, no parece que vayan a fructificar en un futuro próximo a pesar de que el objeto de todas estas nuevas metodologías estudio sea, precisamente, aquellos quiénes muy raramente aparecen en las crónicas: los creadores de la riqueza, es decir, los campesinos (ver BARCELÓ, 1997: 7 y 13-14).

Enlaces a la Introducción  y a la Parte II del presente ensayo.

Fuentes:

Crónica Albeldense (Chr. Alb.) en su edición por Juan Gil Fernández y José Luis Moralejo Álvarez (eds.). Crónicas Asturianas, pp. 43-105. Oviedo: Universidad de Oviedo (1985). Pp. 330.

Bibliografía:

ARCE, 2011. Javier Arce Martínez, Esperando a los árabes. Los visigodos en Hispania, Madrid: Marcial Pons, Historia (2011).

BARBERO y VIGIL, 1971 [2012]. Abilio Barbero de Aguilera y Marcelo Vigil, «La organización social de los cántabros y sus transformaciones en relación con los orígenes de la Reconquista», Hispania Antiqua, vol. 1, pp. 197-232. (1971). [Reproducido en Abilio Barbero de Aguilera y Marcelo Vigil Pascual. Visigodos, cántabros y vascones en los orígenes sociales de la Reconquista, pp. 97-136. Pamplona: Urgoiti Editores, Historiadores 16 (2012).]

– BARBERO y VIGIL, 1979. Abilio Barbero de Aguilera y Marcelo Vigil Pascual. La formación del feudalismo en la Península Ibérica, Barcelona: Crítica, Historia 4 (1979, 2ª edición). Pp. 437.

BARCELÓ, 1997. Miquel Barceló Perelló. «Introducción» en El sol que salió por Occidente. Estudios sobre el estado Omeya en al-Andalus, pp. 7-22. Jaén: Universidad de Jaén (1997).

– BARCELÓ, 2003. Miquel Barceló Perelló. «L’endemà de mil i una nits» en Miquel Barceló Perelló, Gaspar Feliu i Monfort, Antoni Furió, M. Miquel y Jaume Sobrequés (eds.). El feudalisme comptat i debatut. Formació i expansió del feudalisme català, pp. 11-17. Valencia: Publicacions de la Universitat de València (2003).

BOLÒS, 2003. Jordi Bolòs, «El naixement d’un nou paisatge: Catalunya al segles IX-XII» en Miquel Barceló Perelló, Gaspar Feliu i Monfort, Antoni Furió, M. Miquel y Jaume Sobrequés (eds.). El feudalisme comptat i debatut. Formació i expansió del feudalisme català, pp. 133-152. Valencia: Publicacions de la Universitat de València (2003).

COLLINS, 1986. Roger Collins, trad. Juan Faci, España en la Alta Edad Media 400-1000, Barcelona: Crítica, Serie Temas Hispánicos 154 (1986). Pp. 387.

– FACI, 2012. Javier Faci. «Abilio Barbero y Marcelo Vigil. La otra «Reconquista»» en Abilio Barbero de Aguilera y Marcelo Vigil Pascual. Visigodos, cántabros y vascones en los orígenes sociales de la Reconquista, pp. vii-lxiii. Pamplona: Urgoiti Editores, Historiadores 16 (2012).

GIL, 1985. Juan Gil Fernández, «Introducción» en Juan Gil Fernández y José Luis Moralejo Álvarez (eds.). Crónicas Asturianas, pp. 43-105. Oviedo: Universidad de Oviedo (1985).

RIU-BARRERA, 2003. Eduard Riu-Barrera, «De la fi de l’Imperi al Feudalisme. Problemes d’Arqueologia i Història» en Miquel Barceló Perelló, Gaspar Feliu i Monfort, Antoni Furió, M. Miquel y Jaume Sobrequés (eds.). El feudalisme comptat i debatut. Formació i expansió del feudalisme català, pp. 119-132. Valencia: Publicacions de la Universitat de València (2003).